No me digan que no produce una cierta fascinación la idea de que una
locomotora, como un bicho de hierro, haya podido ponerse en marcha sola
y, abrasada por el calor del mediodía, haya salido corriendo,
desesperada, hacia el mar ...
Esta es la historia que en febrero de 2007 me contó Pedro:
Fue el 14 de febrero del 67, en el galpón de máquinas, entró la
3487, la local, la dejaron estacionada ahí para salir a las 14, y se
fueron todos, los movedores, los cambistas. A eso de las 13, la máquina
empezó a levantar presión, y arrancó, que traque traque traque traque,
salió del galpón de locomotoras, entró en la playa y agarró por la vía de los elevadores,
cada vez tomando más velocidad; en el elevador esa tarde no se trabajaba
porque era sábado, había un barco de cada lado, y dos vagones, esos de
dos ejes, cerealeros, la máquina había tomado tanta velocidad, cuando
llegó allá los arrancó, los golpeó, los empujó para la punta del muelle,
tiró uno al agua, el otro quedó colgado, que después cayó también. Y en
la punta estaban pescando cuatro hombres en una canoa y cuando vieron
semejante... que se les venía encima, alcanzaron a meterse abajo del
muelle y el vagón ¡bum! al agua y estuvo como más de veinte años, el
vagón ese, hasta que los sacaron; la máquina quedo ahí, 3487, clase 8,
local.
He aquí el artículo de diario que acaba de traer Hector Guerreiro, de La Nueva Provincia, 16 de febrero de 1964
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